viernes, 28 de agosto de 2009

DOMINICA XXII

Dame un nuevo corazón, Señor.

Dios siempre ha sido quien toma la iniciativa de acercarse al hombre y ofrecerle su amistad, motivado por el amor a su obra más perfecta: el Ser Humano; este amor exige reciprocidad, así como el hombre es amado por Dios sin mérito propio, también el hombre debe generosamente amar a su Creador.

El amor de Dios tiene muchas manifestaciones, y la que supera a las demás es la Persona adorable de Jesús, Él es la mayor y plena revelación amorosa de Dios.

La muestra clara e inequívoca de nuestro amor a Dios sólo puede expresarse con nuestra obediencia a las enseñanzas de Jesús. Amar es obedecer con generosidad, máxime cuando sabemos que en nuestra obediencia hallamos la felicidad verdadera.

Esta realidad nos invita a superar cualquier rito o culto carente de conversión y empeño de santificación, así viviremos nuestra fe con mayor autenticidad, pues no estaremos pensando a creyendo que cualquier expresión ritual o piadosa nos hará más agradables a Dios. A Él le importa mucho nuestro corazón, es allí donde nacen nuestros amores u odios, es allí donde debemos cultivar nuestra relación más íntima con el Señor.

Señor Jesús, ilumíname con tu Espíritu Santo para que mi relación contigo se fundamente en el amor a tus preceptos y no en el cumplimiento vacío de cultos y ritos que poco dicen a mi vida. Amén.

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