Apreciados Amigos y Amigas en el Señor Jesús a quien sea el Honor y la Gloria por siempre.
En el capítulo 10 del Evangelio de San Mateo (recomiendo leerlo para comprender mejor este mensaje), leemos los nombres del los Discípulos (los Doce que el Señor elegió), su envío por parte del Señor a proclamar – anunciar Su Reino; además los alerta de las múltiples persecuciones que padecerán por vivir el Evangelio y, la invitación a confiar en Él, insistencia que resalta el evangelista con la frase “No teman”.
Al finalizar el capítulo, el Señor promete una RECOMPENSA a quienes reciben, valoran y hacen suyas las necesidades de sus Discípulos. Más que en la recompensa, es importante destacar el papel del Enviado, del Discípulo, del Sacerdote que actúa “en Nombre de Cristo”. Actuar en Nombre del Señor es hacer las veces del Señor: Quien a Ustedes los recibe, a mí me recibe.
Cuando un cristiano recibe a un Ministro del Señor, a un Ungido, a un Consagrado (todo esto es un Sacerdote), a alguien que en medio de sus limitaciones (como lo hizo Pedro que lo negó, Judas que lo traicionó) vive para el Señor y su Iglesia, recibe a Cristo mismo. Dice el Señor:
El que los recibe a Ustedes (a sus Discípulos – a sus Sacerdotes),
me recibe a mí,
el que me recibe a mí, recibe al que me envió (a Dios Padre)
…
Quien de un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños (el Discípulo – el Consagrado es el más pequeño porque es el servidor de los demás) sólo porque es Discípulo mío, les aseguro que no se quedará sin recompensa (la Promesa).
Guarda en tu corazón y para la eternidad todo aquello que puedas hacer por un Sacerdote del Señor. Frente a su pecado: Corrígelo, amonéstalo, hazle justicia y ora por él. Frente a su necesidad: Socórrelo con generosidad. Frente a su buen ejemplo: Glorifica al Señor.
A pesar de su pecado, a veces tan profundo y escandaloso (del que deberá dar cuenta al Señor “Justo Juez”), el Sacerdote es aquel a quien Dios ha querido tomar de entre los hombres para ponerlo al Servicio Suyo a favor de los hombres, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados propios a la vez que por los del pueblo.
Si deseas confirmar esta reflexión (que bueno sería conocer tu aporte) acércate a la Palabra y lee el capítulo 10 de San Mateo y los primeros versículos del capítulo 5 de la Carta a los Hebreos. Allí encontrarás esta PROMESA. Las promesas de Dios se cumplen.
Adopta un Sacerdote para que ores por él y le ayudes en su necesidad. Esto lo harás a Cristo mismo. Amén.
En el capítulo 10 del Evangelio de San Mateo (recomiendo leerlo para comprender mejor este mensaje), leemos los nombres del los Discípulos (los Doce que el Señor elegió), su envío por parte del Señor a proclamar – anunciar Su Reino; además los alerta de las múltiples persecuciones que padecerán por vivir el Evangelio y, la invitación a confiar en Él, insistencia que resalta el evangelista con la frase “No teman”.
Al finalizar el capítulo, el Señor promete una RECOMPENSA a quienes reciben, valoran y hacen suyas las necesidades de sus Discípulos. Más que en la recompensa, es importante destacar el papel del Enviado, del Discípulo, del Sacerdote que actúa “en Nombre de Cristo”. Actuar en Nombre del Señor es hacer las veces del Señor: Quien a Ustedes los recibe, a mí me recibe.
Cuando un cristiano recibe a un Ministro del Señor, a un Ungido, a un Consagrado (todo esto es un Sacerdote), a alguien que en medio de sus limitaciones (como lo hizo Pedro que lo negó, Judas que lo traicionó) vive para el Señor y su Iglesia, recibe a Cristo mismo. Dice el Señor:
El que los recibe a Ustedes (a sus Discípulos – a sus Sacerdotes),
me recibe a mí,
el que me recibe a mí, recibe al que me envió (a Dios Padre)
…
Quien de un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños (el Discípulo – el Consagrado es el más pequeño porque es el servidor de los demás) sólo porque es Discípulo mío, les aseguro que no se quedará sin recompensa (la Promesa).
Guarda en tu corazón y para la eternidad todo aquello que puedas hacer por un Sacerdote del Señor. Frente a su pecado: Corrígelo, amonéstalo, hazle justicia y ora por él. Frente a su necesidad: Socórrelo con generosidad. Frente a su buen ejemplo: Glorifica al Señor.
A pesar de su pecado, a veces tan profundo y escandaloso (del que deberá dar cuenta al Señor “Justo Juez”), el Sacerdote es aquel a quien Dios ha querido tomar de entre los hombres para ponerlo al Servicio Suyo a favor de los hombres, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados propios a la vez que por los del pueblo.
Si deseas confirmar esta reflexión (que bueno sería conocer tu aporte) acércate a la Palabra y lee el capítulo 10 de San Mateo y los primeros versículos del capítulo 5 de la Carta a los Hebreos. Allí encontrarás esta PROMESA. Las promesas de Dios se cumplen.
Adopta un Sacerdote para que ores por él y le ayudes en su necesidad. Esto lo harás a Cristo mismo. Amén.
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