domingo, 7 de noviembre de 2010

EL DESTINO DEL HOMBRE ES UN DESTINO DE VIDA

Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de Vivos.
Reflexión para el Domingo XXXII - Ordinario - C


El mensaje que la Palabra de Dios nos presenta en este domingo tiene que ver con uno de los artículos del credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. La Iglesia enseña lo que nos dice la Biblia.

Para esta enseñanza el Evangelio nos da a conocer un encuentro del Señor con un grupo -Saduceos- que no creían en la resurrección y para ello utilizan la ley del levirato.

Jesús en la respuesta dice QUE resucitaremos, mas no dice COMO será aquella resurrección y RECALCA que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

El destino del hombre es un destino de vida, pues a pesar de las luchas y dificultades de la vida, el amor de Dios manifestado en Cristo es nuestro mayor consuelo y nuestra única esperanza.

El hombre no es un ser para la muerte. La muerte no tiene la última palabra, ni es el final del camino. Nuestra esperanza es Cristo y Él resucitó y nosotros lo haremos con Él. Esto nos lleva a ver la vida con optimismo, por eso el cristiano es persona de optimismo y alegre esperanza porque ama la vida y a los hermanos.

La esperanza de nuestra resurrección en Cristo, debe manifestarse en todo lo que hacemos, especialmente en el amor que profesamos al hermano, pues “quien no ama permanece en la muerte” (1 Juan 3,14) y quien ama, a pesar de la adversidad, ya goza de la vida que nos viene de Dios.

Quien cree en la resurrección futura sabe que morir al pecado diariamente lo hace digno de la felicidad futura, porque “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto” (Juan 12,24).

La esperanza de nuestra resurrección radica en Cristo Resucitado.

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