martes, 29 de septiembre de 2009

DOMINGO XXVII - OCTUBRE 3 - AÑO B

En la marcha de Jesús hacia Jerusalén instruye a sus discípulos sobre una característica fundamental de quien desea ser discipulo suyo: Aceptar y acomodarse al querer de Dios y no querer que Dios se acomode al deseo del hombre.

Para demostrar el valor de la obediencia estricta a la Palabra de Dios, Jesucristo en el diálogo con los fariseos rescata el querer de Dios Padre por encima de la terquedad del corazón humano y, hablando del matrimonio y del divorcio, dice Jesús que “desde el principio no fué así y lo que Dios unió (determinó, quiso para el hombre) no debe separarlo el hombre”.

¿Cuál es el querer de Dios con respecto a la unión del hombre y la mujer?
La lectura del Génesis y el Evangelio nos permiten concluir:
1. Aunque el hombre y la mujer son capaces de valerse por sí mismos, juntos forman la totalidad de lo humano. (Principio de la complementariedad).
2. La unión matrimonial mediante el Sacramento es indisoluble, nadie lo puede separar: “Hasta que la muerte los separe”.
3. La familia, escuela del más rico humanismo, iglesia doméstica, cuna de valores y virtudes, la constituyen un solo hombre, una sola mujer y unos hijos.
4. El matrimonio sacramento es vocación de santidad, supera cualquier contrato y es signo e instrumento de salvación.
5. Ninguna persona o sociedad debe suplantar lo que Dios ha dispuesto para el hombre y la mujer en el ejercicio de su dimensión sexual. Dios al ser humano lo creó hombre y mujer.

Desestimar y desobedecer el plan de Dios para los hombres y mujeres de todos los tiempos, es vivir aún la experiencia del pecado conocida y narrada graficamente en el Génesis cuando Adán y Eva son tentados: “El deseo del ser humano de establecer por sí solo, sin intromisión divina, las pautas de su comportamiento”. Aún sigue sonando a muchos hombres y mujeres las palabras del Tentador: “Serán como dioses”.

“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”
Hechos de los Apostoles 5,29

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