sábado, 5 de noviembre de 2011

FAUSTINA

LA DIVINA MISERICORDIA ES SALVACIÓN PARA TODOS.


Tomado de "Amaos", Revista de Evangelización. No. 1.


El día 25 de agosto de 1905 nace una niña. Como cualquier hijo, es signo de la gran Misericordia Divina y también, como todos, lleva en sí una vocación a la santidad...

Siete años después, esa niña oye en su interior esa voz divina que le invita a una vida religiosa. Resulta demasiado pronto para que pueda darse una respuesta madura. De momento, Helena Kowalska, hoy venerada como Santa Faustina, termina el tercer año de primaria y luego trabaja como criada en una casa. Al cumplir los 18 años, desea seguir su vocación, no obstante sus padres no quieren consentirlo. La obediente hija procura no pensar en el convento, intentando acallar esa voz interna con diversiones mundanas. Pero no por mucho tiempo. “Una vez ―recuerda en su Diario la futura santa―, junto con una de mis hermanas fuimos a un baile [5]. Cuando todos se divertían mucho, mi alma sufría [tormentos] interiores. En el momento en que empecé a bailar, de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras: “Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta cuándo Me engañarás” En aquel momento dejaron de sonar los alegres tonos de la música, desapareció de mis ojos la compañía en que me encontraba, nos quedamos Jesús y yo” (Diario de Santa María Faustina Kowalska, núm. 9). Después todo pasa ya muy rápido. Apremiada por una voz interna, viaja a Varsovia, donde por recomendación de un sacerdote se dirige a casa de una “señora piadosa” y se pone a buscar una orden religiosa que le convenga. Se presenta en casa de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, en la cual entrará después de un año de trabajar. Efectivamente, Faustina tuvo que trabajar para disponer luego de una humilde dote que se exigía por entonces. Vivirá 13 años en la Congregación (a contar desde el día de su admisión, el 1 de agosto de 1925, hasta su muerte, el 5 de octubre de 1938). La Providencia le dio justo ese tiempo a Sor Faustina para santificarse.

Prepararás el mundo para mi vuelta final

“[...] ésta es tu misión y tu tarea en toda tu vida para que des a conocer a las almas la gran misericordia que tengo con ellas y que las invites a confiar en el abismo de Mi misericordia…” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1567), oyó la joven monja de la boca del Señor. Durante los años siguientes, Dios preparaba a Sor Faustina para que cumpliera esta misión, otorgándole la gracia de poder tener trato con él mediante 80 apariciones, que tuvieron lugar durante la corta vida de Sor Faustina. En las páginas del Diario encontramos relatos de esos encuentros extraordinarios. Leyendo el cuadernito de la Santa, escrito en un lenguaje muy sencillo, sin ninguna dificultad nos damos cuenta de que, entre las palabras anotadas por la secretaria de Jesús, la que más reiteradamente aparece es la palabra “misericordia”. De ella precisamente habla Dios en sus apariciones a Faustina. Predicar la misericordia divina se convirtió en la misión de la vida de la monja de Łagiewiki: “No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla, abrazarla a Mi Corazón misericordioso” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1588). “Has de saber, hija Mía, que Mi Corazón es la Misericordia Misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre el mundo entero. Ningún alma que se haya acercado a Mi, se ha retirado sin consuelo. Toda miseria se hunde [en] Mi misericordia y de este manantial brota toda gracia, salvadora y santificante” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1777). Jesús dirige su palabra especialmente a los que experimentaron mucha maldad, tanto en su interior, como a su alrededor, los cuales incluso perdieron la esperanza de poder salvarse. Los anima a que no teman mirar hacia el Padre misericordioso. Dios, como en la parábola evangélica del hijo pródigo, espera a los pecadores con los brazos abiertos. Él y sólo Él tiene el poder de vencer todo el mal que se encuentra en una alma pecadora, igual que venció a satanás, la muerte y el pecado: “Cuánto deseo la salvación de las almas. Mi queridísima secretaria, escribe que deseo derramar Mi vida divina en las almas humanas y santificarlas, con tal de que quieran acoger Mi gracia. Los más grandes pecadores llegarían a una gran santidad si confiaran en Mi misericordia. Mis entrañas están colmadas de misericordia que está derramada sobre todo lo que he creado. Mi deleite es obrar en el alma humana, llenarla de Mi misericordia (133) y justificarla. Mi reino en la tierra es Mi vida en las almas de los hombres. Escribe, secretaria mía, que el director de las almas lo soy Yo Mismo directamente, mientras indirectamente las guío por medio de los sacerdotes y conduzco a cada una a la santidad por el camino que conozco solamente Yo” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1784). Aunque la santidad posea diversos aspectos, tiene un rasgo que resulta fundamental y consiste, según lo comprendió Faustina, en el cumplimiento de la voluntad divina: “Hoy, durante la meditación, Dios me ha dado la luz interior y me ha hecho comprender la santidad y en qué consiste. Aunque esto lo he oído ya muchas veces en las conferencias, no obstante el alma lo comprende de otro modo cuando lo conoce a través de la luz de Dios que la ilumina. Ni gracias, ni revelaciones, ni éxtasis, ni ningún otro don concedido al alma la hace perfecta, sino la comunión interior de mi alma con Dios. Estos dones son solamente un adorno del alma, pero no constituyen ni la sustancia ni la perfección. Mi santidad y perfección consisten en una estrecha unión de mi voluntad con la voluntad de Dios. Dios nunca violenta nuestro libre albedrío. De nosotros depende si queremos recibir la gracia de Dios o no; si vamos a colaborar con ella o la malgastamos” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1107).

Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes

Sor Faustina sabía que, gracias a los numerosos dones que Jesús otorga al ser humano abierto al amor divino, su corazón podría ser comparado a una fuente inagotable. Los “vasos” con que se extraen esas gracias de los manantiales de la misericordia, se corresponden a unas formas de culto, transmitidas por Cristo en sus apariciones a la monja polaca. Son las siguientes: La imagen de Jesús Misericordioso (Cristo en el gesto de bendecir al mundo, con la inscripción “Jesús, confío en Ti”), la Fiesta de la Divina Misericordia y la Coronilla de la Divina Misericordia (todos los días, a las 15 h.). Con estas tres formas de piedad, ejercidas en un espíritu de confianza cristiana y de misericordia frente al prójimo, están relacionadas promesas de grandes gracias. Sor Faustina fue la primera que experimentó estos dones, pidiendo misericordia para todos los que la necesitaban, para los que sentían tentaciones de cometer un pecado grave, los moribundos y las almas en el purgatorio. Jesús le dejó muy claro que ser testigo de la misericordia era un don que ella tenía que compartir con los demás. “Hija Mía, si por medio de ti exijo de los hombres el culto a Mi misericordia, tú debes ser la primera en distinguirte por la confianza en Mi misericordia. Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 742). La misericordia, de acuerdo con los preceptos de Cristo, debe expresarse mediante la acción, la palabra y la oración. En el Diario, como en el libro de la vida de Santa Faustina, leemos sobre sus actos de amor al prójimo. La santa demostró que en la vida no se trata de llevar a cabo obras espectaculares que superen nuestras capacidades, sino de realizar con amor nuestras obligaciones diarias: “Oh Jesús, me das a conocer y entender en qué consiste la grandeza del alma: no en grandes acciones, sino en un gran amor. Es el amor que tiene el valor y él confiere la grandeza a nuestras acciones; aunque nuestras acciones sean pequeñas y comunes de por sí, a consecuencia del amor se harán grandes y poderosas delante de Dios gracias (257) al amor” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 889). En este mismo espíritu llegaba a la santidad, cumpliendo con sus simples obligaciones de cocinera, jardinera y portera en las casas de la Congregación en Cracovia, Łagiewniki, Płock y Vilna. Al mismo tiempo, se ejercitaba en las tres virtudes que, según le comunicó la Madre de Cristo, tenían más valor ante los ojos divinos: la humildad, la pureza y el amor hacia Dios (Cfr. Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1415).

Mediante la oración y el sufrimiento salvarás a más almas que un misionero con enseñanzas y sermones

Sor Faustina, al recibir el don de la comunión mística con Dios, palpó esa realidad de la cual participan en plenitud los salvados en el Cielo. Siendo muy feliz por verse rodeada del amor divino, quería conseguir este don para todas las almas. El camino por el cual la santa se empeñó de una manera especial para la salvación de las personas, era la oración y el sacrificio. Sor Faustina aprovechaba cualquier momento libre para estar ante el Santísimo Sacramento. Pues sabía que orar sin desanimarse iba a dar unos frutos extraordinarios: “Jesús me dio a conocer cómo el alma debe ser fiel a la oración, a pesar de las tribulaciones y la aridez y las tentaciones, porque de tal plegaria en gran medida depende a veces la realización de los grandes proyectos de Dios; y si no perseveramos en tal plegaria, ponemos impedimentos a lo que Dios quiere hacer a través de nosotros o en nosotros. Que cada alma recuerde estas palabras: Y encontrándose en una situación difícil, rogaba más tiempo” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 872). Por las almas que, debido a sus pecados, no podían entrar en comunión con Dios, la monja admitía voluntariamente sufrimientos, uniéndolos al sacrificio de Cristo en la Cruz. Y aunque más de una vez esos sufrimientos que experimentaba parecían superar sus fuerzas humanas, Sor Faustina los aguantaba con humildad y alegría, sabiendo que Jesús, admitiendo ese sufrimiento, también le daba fuerzas para soportarlo. Reflexionar sobre la Pasión de Jesús y la Eucaristía constituían para ella una ayuda irreemplazable: “Me veo tan débil que si no tuviera la Santa Comunión, caería continuamente; una sola cosa me sostiene y es la Santa Comunión. De ella tomo fuerza, en ella está mi fortaleza. Temo la vida si algún día no recibo la Santa Comunión. Tengo miedo de mí misma. Jesús oculto en la Hostia es todo para mí. Del tabernáculo tomo fuerza, poder, valor, luz; es aquí donde busco alivio en los momentos de tormento. No sabría cómo glorificar a Dios si no tuviera la Eucaristía en mi corazón” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 1037). En su Diario, la Santa puso también palabras de ánimo para todos los que luchaban contra cualquier tipo de sufrimiento humano: “Oh, si el alma que sufre supiera cuánto Dios la ama, moriría de gozo y de exceso de felicidad. Un día, conoceremos el valor del sufrimiento, pero entonces ya no podremos sufrir. El momento actual es nuestro” (Diario de Santa Faustina Kowalska, núm. 963).

Don divino para nuestros tiempos

Juan Pablo II, durante la Misa de Canonización de Santa Faustina en 2000, la llamó apóstol de la misericordia y “don divino para nuestros tiempos”. Especialmente ahora que festejamos el centenario del nacimiento de la monja de Łagiewniki, intentemos aprovechar el don de su vida y de su santidad. De nuestra santa podemos aprender a amar a Dios y al prójimo de diversas maneras: reflexionando sobre el misterio de la Divina Misericordia; fijándonos a diario en los signos del amor de Dios; dirigiéndonos a Dios con confianza y con misericordia hacia el prójimo; sacando el poder y la fuerza de la Eucaristía; tratando la vida como una tarea que Dios nos da por realizar; observando la voluntad de Dios, sin seguir la nuestra; compartiendo con los demás los dones divinos; desarrollando en nosotros las virtudes de la humildad, la pureza y el amor a Dios; uniendo nuestros sufrimientos al sacrificio de Jesús; acordándonos de las formas de culto a la misericordia de Dios y aprovechando las gracias relacionadas con ellas; mostrando misericordia mediante nuestras obras, la palabra y la oración.

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