sábado, 5 de noviembre de 2011


VIGILANCIA ACTIVA
1. Parábola de las diez doncellas. Entramos hoy en el discurso escatológico; es el quinto y último de los grandes discursos que estructuran el evangelio de Mateo (c. 24s). Del mismo se toman las lecturas evangélicas de los tres últimos domingos de este ciclo litúrgico, a base de sendas parábolas: las diez doncellas (hoy), los talentos (dom. 33) y el juicio final (dom. 34). El tema de la vigilancia flota en el ambiente litúrgico de fin de año y preanuncia el Adviento, el comienzo del nuevo ciclo.

La parábola de las diez muchachas esperando la venida del esposo incide sobre la actitud propia del cristiano en el tiempo intermedio entre la resurrección de Jesús y su vuelta al fin de los tiempos. Los primeros cristianos la creyeron próxima, incluso inminente; de ahí su desazón al comprobar que se retrasaba. La parábola propone como única actitud válida una fidelidad en tensión amorosa y a la espera. Lo que procede no es abandonarse sino vigilar. Vigilancia que no es pasividad, sino acción personal y construcción comunitaria.

Con los santos Padres, podemos hacer una identificación en el reparto de papeles: El banquete de bodas es el reino de Dios; el esposo, cuya venida se espera, es Cristo; el retraso del novio es la demora de la venida del Señor; las diez doncellas del cortejo son la comunidad que aguarda; la llegada repentina a medianoche es la hora imprevisible de Dios; la admisión o rechazo de las muchachas es la sentencia favorable o desfavorable en el juicio escatológico.
2. En vigilante espera. La línea narrativa de la parábola concluye con esta enseñanza: Por tanto, velad porque no sabéis el día ni la hora. Esta conclusión sobre la vigilancia es un toque de alerta ante el juicio último que acompaña a la venida del Señor: hay que estar preparados con aceite en las lámparas. Así la luz viva de las lámparas se convierte en signo de la fe y de la esperanza vigilantes.

Pero hay en la parábola dos detalles sorprendentes:

1) El aparente egoísmo y falta de compañerismo de las jóvenes que tienen provisión de aceite y no quieren compartirlo con sus compañeras.

2) El rechazo inflexible del novio que no abre la puerta a las impuntuales.

¿Qué significan tales pormenores? Sin olvidar que lo que importa en una parábola es la enseñanza global, es evidente que tanto la negativa a compartir el aceite como la puerta cerrada a cal y canto son artificio literario al servicio del desenlace final.

Ante la seriedad del momento, se trata de destacar una responsabilidad personal que no es sustituible por nadie. Es precisamente esa falta de preparación la causa de la exclusión del banquete. La lámpara bien abastecida es el signo de la previsión y vigilancia. Éstas son cualidades interiores, del espíritu; se tienen o se carece de ellas, pero no se pueden compartir o prestar. Hay fallos de previsión y vigilancia que son irreparables. Nadie puede suplir el fallo de un centinela, un piloto o un conductor. Algo así sucede con la fe y la respuesta personal a Dios, vienen a decir esos detalles de la parábola. Es insustituible, pues, el compromiso personal de la vigilancia.
3. Con la sabiduría de la fe. Tal conducta es ser sensatos como las doncellas prudentes, y poseer la sabiduría de Dios. Ésta, según la primera lectura, se deja ver y encontrar de quien la busca. Tal sabiduría es la dimensión práctica del discernimiento cristiano que da la fe, para distinguir los valores morales y los signos de los tiempos como llamadas de Dios. Por eso es don del Espíritu Santo y no mera ciencia humana, ni siquiera simple juicio común, y menos aún astucia cautelosa, sino comprensión plena de la realidad personal, familiar, profesional y social por la sabiduría cristiana de la fe.

Hay muchos cristianos de fe débil que mantienen su lámpara apagada, y deambulan por la vida atolondrados, embotados e incapaces de percibir la urgencia de la hora presente, sin personalidad ni consistencia evangélica. Están necesitando esa sabiduría de Dios que nos da una mentalidad nueva, despierta, previsora y activa; la única apta para superar el aburrimiento y la vulgaridad de una vida superficial que se contenta con cualquier sucedáneo de Dios.

Otros viven sin horizonte ni ilusión de futuro, sumergidos tan sólo en el presente: dinero, poder, egoísmo, sexo, materialismo en sus múltiples tentáculos. Cuando la muerte llama a su puerta lloran sin esperanza o fingen estoicismo ante la nada, porque no tienen fe, como dice san Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, escrita hacia el año 51 (2° lect.). Gratificando la terminología e imágenes de la apocalíptica del judaísmo tardío, san Pablo afirma la resurrección de los difuntos, que se fundamenta en la resurrección del mismo Jesús: "Pues si creemos que Cristo ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él... Consolaos mutuamente con estas palabras".

En la vida de todo cristiano hubo un momento clave en que se encendió la luz de la lámpara bautismal; y a este dato se remite el frecuente simbolismo litúrgico de la luz pascual. Pues bien, debemos alimentar esa luz constantemente con el amor y la fidelidad diaria, para no encontrarnos desprovistos de aceite en el momento culminante e imprevisible de la venida del Señor.

Toda celebración eucarística, además de ser signo del banquete del reino y memorial de la cena del Señor, es también anuncio de su muerte y resurrección hasta que él vuelva. Aquí resuena el eco multisecular de la esperanza cristiana, en conexión con el anhelo ardiente de los primeros cristianos, cuando repetimos después de la consagración el grito de gozo, y no de temor, que cierra el libro del Apocalipsis: ¡Ven, Señor Jesús!

TOMADO DE "LA PALABRA CADA DOMINGO". B. Caballero.

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